La lengua romance entró de lleno en la música religiosa de este tiempo, facilitando el acercamiento del pueblo no instruido en latín a las fiestas de Navidad, del Corpus Christie y de los Santos Patronos. Si bien los tonos, tanto humanos como divinos, comenzaron a desarrollarse en el siglo XVII como canciones polifónicas, con forma de estribillo-copla y acompañadas principalmente por el arpa y la guitarra, estos pronto se verían reemplazados por la cantada. Su origen italiano (cantanta) estaba ligado a canciones de temática mitológica en las que se sucedían un conjunto de arias y recitados. Fueron Durón y Torres, entre otros compositores, quienes le otorgaron matices propiamente hispanos: textos que juegan con la ambigüedad del amor humano y el amor divino, prioridad de la voz solista, introducción de movimientos solemnes y lentos como el Grave, además de la inserción de coplas, seguidillas, minués, estribillos o incluso fugas.

Este programa está compuesto por cantadas y tonos divinos en los que se repiten alegorías que hacen referencia al alma, en forma de aves o mariposas, que buscan ansiosamente al Creador, como ocurre en “Cupillo volante”, al Pan Eucarístico como alimento celestial o a la Virgen María, capaz de sortear mares procelosos. Además, las referencias mitológicas adquieren un significado cristiano personificando las virtudes o los vicios. A las piezas vocales se suman dos instrumentales, la “tocata prima” para tiorba de Girolamo Kapsperger publicada en Roma por el año 1640, y las disminuciones de Bartolomé de Selma para viola de gamba sobre la chanson original de Orlando di Lasso, “Sussane un jour”; esta cuenta la historia de la bella Susana, quien acorralada por dos ancianos que la presionan para ceder a sus deseos, se enfrenta a la disyuntiva de mantener la moral pública o su pureza a los ojos de Dios. Tras ser condenada falsamente a muerte por los ancianos, el joven profeta Daniel los interroga desvelando el engaño y salvando a Susana.